En el tercer día de la presidencia de Claudia Sheinbaum, la Corte Suprema de México hunde al país en una crisis constitucional

En el tercer día de la presidencia de Claudia Sheinbaum, la Corte Suprema de México hunde al país en una crisis constitucional

Algunas personas, entre ellas tres jueces del Tribunal Supremo, lo califican de intento de “golpe de estado”. Como era de esperar, las huellas dactilares de Washington están en todo esto.

El martes, Claudia Sheinbaum prestó juramento como la primera mujer presidenta de México y ya tiene mucho trabajo por delante. Después de haber decidido no invitar al rey de España Felipe VI a su toma de posesión tras su negativa hace cinco años a disculparse por los excesos coloniales de España en México, Sheinbaum ahora tiene que lidiar con una crisis diplomática con Madrid.

Pero el mayor problema está más cerca de casa, con una Corte Suprema que está decidida a descarrilar, o al menos retrasar lo más posible, la reforma constitucional más importante del ahora ex gobierno de AMLO. Y en ese esfuerzo puede contar con el apoyo del gobierno de Estados Unidos.

Por primera vez, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) de México decidió presentar una reforma constitucional para su revisión. La reforma en cuestión implica una reestructuración profunda del sistema judicial y ya fue aprobada por ambas cámaras legislativas con las mayorías necesarias de dos tercios. Los miembros de los partidos de oposición de México, el poder judicial, los grupos de presión de las grandes empresas y los gobiernos de Estados Unidos y Canadá se oponen firmemente a ella.

Una “última bala”

Ayer (3 oct.), la SCJN admitió un recurso de apelación contra el programa de reforma judicial del gobierno por mayoría de ocho votos contra tres. Con este fallo, la Corte Suprema entrega la consideración del litigio a uno de los jueces que votó a favor de la resolución. El tribunal también podría dictar una suspensión, suspendiendo esencialmente la enmienda constitucional. El diario financiero mexicano El financiero descrito el fallo como “la última bala” (interesante elección de palabras) contra el ahora expresidente mexicano Andrés Manuel López Obrador “Plan-C” reformas.

Dichas reformas buscan reconfigurar radicalmente la forma en que funciona el sistema de justicia de México. Lo más controvertido es que los jueces y magistrados de todos los niveles del sistema ya no serán nombrados, sino elegidos por los ciudadanos locales en elecciones previstas para 2025 y 2027. Los jueces en ejercicio, incluidos los de la Corte Suprema, tendrán que ganarse el voto del pueblo. si quieren seguir trabajando. Se crearán nuevas instituciones para regular los procedimientos y combatir la corrupción generalizada que ha plagado la justicia mexicana durante muchas décadas.

Todo esto, insiste el gobierno de AMLO, es necesario porque dos de las principales causas estructurales de la corrupción, la impunidad y la falta de justicia en México son: a) la ausencia de una verdadera independencia judicial de las instituciones encargadas de impartir justicia; yb) la brecha cada vez mayor entre la sociedad mexicana y las autoridades judiciales que supervisan los procesos legales en todos los niveles del sistema, desde los tribunales locales y de distrito hasta la Corte Suprema de México.

Hay algo de verdad en esto. Y hacer que los jueces rindan cuentas electoralmente puede contribuir en cierta medida a remediar estos problemas, pero también plantea una amenaza a la independencia e imparcialidad judiciales, que ya son escasas. Como han argumentado algunos críticos, dado que el partido Morena de AMLO ya domina tanto el ejecutivo como el legislativo, existe el peligro de que termine tomando el control de los tres poderes del gobierno, al igual que el Partido Revolucionario Institucional, o PRI, que gobernó ininterrumpidamente poder en el país durante 71 años (1929-2000).

Dicho esto, como escribí en mi anterior pedazo En este tema, el gobierno de AMLO tiene el derecho constitucional de implementar estas reformas, cuenta con el apoyo de aproximadamente dos tercios del público mexicano para hacerlo y está siguiendo los procedimientos legales establecidos.

Un choque feroz

En la sesión de ayer en el Tribunal Supremo se produjo un choque de opiniones inusualmente feroz entre los jueces en ejercicio. La presidenta de la Corte Suprema, Norma Piña, afirmó que la ley es clara en que sus integrantes pueden analizar actos que puedan violar la independencia judicial. Mientras la mayoría a favor argumentó que la Corte aún no toma una decisión “de fondo” sobre la reforma, los tres jueces que votaron en contra de la resolución advirtieron que se está gestando un “golpe de estado”.

La jueza Lenia Batres Guadarrama sostuvo que la Corte se está “arrogando facultades que no tiene”, como la facultad de someter a revisión cambios a la Constitución aprobados por el Poder Legislativo. Al hacerlo, dijo, se está violando “el principio de supremacía constitucional, así como la división de poderes y el Estado Constitucional de Derecho”:

“La SCJN estaría realizando… un verdadero golpe de Estado al intentar poner bajo control constitucional la labor del poder reformador, que ha participado en el proceso de reforma constitucional en materia del Poder Judicial en estricto cumplimiento de lo dispuesto en el artículo 39 de la Constitución, que establece que todo poder público emana del pueblo y se instituye en beneficio de éste”.

Otra jueza, Yasmín Esquivel Mossa, describió la resolución propuesta por el tribunal como un “precursor de un golpe constitucional”:

“La Corte quiere ignorar el poder reformador de la Constitución. Quiere generar una crisis constitucional inaceptable, enviando el mensaje de que esta Corte puede revocar una reforma constitucional en un procedimiento administrativo previsto en la ley orgánica del Poder Judicial de la Federación”.

El presidente del Senado, Gerardo Fernández Norona, miembro del gobernante partido Morena, dijo que la Corte Suprema “ha demostrado su carácter fraccional, asumiéndose como el poder supremo, por encima del poder legislativo, del poder ejecutivo y, sobre todo, del poder soberano: el pueblo de México”.

Huellas dactilares de EE. UU.

Después de ser aprobado por ambas cámaras legislativas a mediados de septiembre, se suponía que el programa de reforma judicial propuesto por el gobierno de AMLO ya estaría terminado y desempolvado. Pero una poderosa minoría de partes interesadas dentro del país, incluidos grupos de presión empresariales, medios tradicionales y partidos de oposición, están decididos a sabotearlo, y han elegido el momento perfecto para hacerlo: durante los primeros días del mandato de Sheinbaum.

Como era de esperar, las huellas dactilares de Washington están en todo esto. Como los lectores pueden recordar En nuestro artículo anterior sobre este enfrentamiento mexicano, a finales de agosto, el embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, envió un comunicado muy público advirtiendo que las reformas judiciales propuestas podrían tener graves consecuencias para las relaciones comerciales de Estados Unidos con su mayor socio comercial.

Días antes, el Consejo de Empresas Globales, que representa a 60 corporaciones multinacionales con operaciones en México, expresado sus “graves” preocupaciones sobre el efecto desalentador que las reformas podrían tener sobre la inversión en México. Los miembros del grupo de presión incluyen a Walmart, AT&T, Cargill, General Motors, Pepsico, VISA, Exxon Mobil, Bayer y Fedex.

Este enfrentamiento no se trata sólo de elegir jueces. La reforma judicial es una de más de una docena de reformas propuestas que el gobierno pretende implementar en las áreas de energía, minería, fracking, alimentos transgénicos, leyes laborales, vivienda, derechos indígenas, derechos de las mujeres, atención médica universal (imagínese que, EE.UU. lectores!) y la gestión del agua. Y es probable que algunas de esas reformas afecten la capacidad de las corporaciones, tanto nacionales como extranjeras, para llenarse los bolsillos.

Si bien el embajador Salazar bajó el tono de su intromisión después de que AMLO dio el paso en gran medida simbólico de congelar las relaciones de su gobierno con las embajadas de Estados Unidos y Canadá, el gobierno de Estados Unidos ha seguido interfiriendo. Hace apenas unos días, el Fondo Nacional para la Democracia, que ha pasado los últimos seis años financiando a grupos políticos de oposición en México, publicó un artículo en su Revista de Democracia titulado sutilmente “El desastre democrático de México”. Así es como comienza:

El presidente saliente del país está decidido a demoler el sistema judicial de México. Su ataque al Estado de derecho es incluso peor de lo que la gente cree.

El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO), cuando solo le quedan dos semanas en el cargo, promulgó una serie de enmiendas constitucionales que destituirán a casi siete mil jueces estatales y federales y los reemplazarán con jueces elegidos popularmente. Las enmiendas aprobadas el 15 de septiembre, justo antes de que su protegida, Claudia Sheinbaum, toma el timón – son un último esfuerzo en su plan de larga data para socavar la democracia en México.

Lo que no menciona el artículo, como tampoco lo mencionó Salazar en su comunicado, es que muchos jueces estadounidenses son elegidos, aunque no los de la Corte Suprema. Como señalé en mi artículo anterior, hay otros elementos de la hipocresía estadounidense a la vista; por ejemplo, el hecho de que durante el último año y medio la administración saliente de Biden haya intentado casi todos los trucos legales existentes para conseguir Trump tras las rejas, o al menos descalificado de las urnas, sin éxito.

La administración Biden ahora está tratando de acelerar sus propias reformas de la Corte Suprema de Estados Unidos, incluida la imposición de límites de mandato para los jueces del Tribunal Supremo, así como una enmienda constitucional para “dejar claro que hay No inmunidad por los crímenes que un ex presidente cometió mientras estaba en el cargo”. Si bien es muy poco probable que se apruebe la reforma Como dice el blog de la Corte Suprema notasEl hecho de que las enmiendas constitucionales en Estados Unidos requieran el voto de dos tercios de ambas cámaras, seguido de la ratificación de tres cuartos de los estados, hace que “la aprobación de tal enmienda sea extremadamente improbable, si no casi imposible, en este momento”.

Como si el artículo de la NED no fuera suficiente, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), con sede en Washington, ha acordado celebrar una audiencia el próximo 12 de noviembre para conocer las denuncias de la Asociación Nacional de Magistrados de Circuito y Jueces de Distrito (JUFED) de México sobre la reforma judicial. En la audiencia, la delegación representante de JUFED podrá exponer sus argumentos de por qué la reforma judicial representa un incumplimiento por parte del Estado mexicano de la Convención Interamericana de Derechos Humanos.

Quienes se oponen al proyecto de ley esperan que la CIDH emita medidas cautelares que impulsen al nuevo gobierno de Claudia Sheinbaum a abrir un diálogo con los trabajadores del Poder Judicial de la Federación sobre esta reforma. La CIDH es un órgano de la Organización de Estados Americanos (OEA), que ha servido durante mucho tiempo como herramienta de la hegemonía estadounidense en el continente americano, así como facilitadora de golpes de estado como el que tuvo lugar contra el entonces presidente de Bolivia, Evo. Morales en 2019.

Lo que suceda a continuación dependerá de Claudia Sheinbaum y del consejo que sin duda recibirá de AMLO. La opción nuclear (y probablemente la mejor) será cerrar la Corte Suprema y reemplazar a la mayoría o a todos sus miembros. Después de todo, hay pocas posibilidades de que Sheinbaum pueda avanzar en la agenda de reformas del gobierno si la Corte Suprema de México está dispuesta a romper casi todas las reglas de su propio libro para impedir que ella lo haga, especialmente si cuenta con el apoyo de la OEA.

Sin duda, un acto así provocará aullidos de protesta aún más fuertes de que el nuevo gobierno de México está matando a golpes a la democracia. Pero el propio AMLO ya ha calificado el papel de Estados Unidos en este “asunto estrictamente interno del Estado mexicano” como una “intromisión inaceptable”. Además, en su defensa, Sheinbaum podría simplemente señalar el momento de 1995 cuando el recién elegido presidente Ernesto Zedillo, uno de los presidentes más neoliberales de México, no sólo clausuró la Corte Suprema sino que también redujo el número de sus jueces de 26 a 11, con ni siquiera el más mínimo gemido de protesta de Washington.

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